de Cuerpo y Alma

La foto debe ser de cuando tenía 6 o 7 años. No sé si está sacada en La Rural o el Predio Ferial de Palermo en el año 1982, pero no estoy lejos. Mientras corría hoy a la mañana (como suelo hacer últimamente mientras puedo) y pensaba sobre la necesidad imperiosa que estoy sintiendo de hacer ejercicio, se me vino a la cabeza esa imagen.

M R A 1982
M R A 1982

Veo a un niño que me hace acordar a Forrest Gump. El aspecto es de alguien con dificultades físicas, y porqué no mentales, con la boca semiabierta y la mirada neutralizada por el cuco. Soy yo y no me reconozco a primera vista.

La relación entre el estado corporal y el mental tiene analogías y correlatos asombrosamente semejantes. En mi caso es una sospecha confirmada. Empecé a hurgar en las particularidades y sincronismos que detectaba, mientras trotaba por el bajo cerca de casa. Sobre todo valoré los momentos que arribaban a mi mente en primer término, que sin dudas serían los significativos, los que valieran la pena, como está foto.

Entre los 8 y los 24 años hice deporte con continuidad, un fuerte compromiso y con respuestas acordes dentro de lo máximo que pudiera dar. La mente durante ese período se comportó con la misma actitud, enfocada y convencida, y hoy entiendo que por causa de lo otro. Mens sana in corpore sano me sonaba a eslogan publicitario, antes que a un enunciado con sustancia. Funcionaba tan natural para mi la práctica deportiva, que esa frase hasta sonaba hueca dicha en publicidades de yogur por una modelo raquítica.

De ahí en adelante abandoné el deporte y todo tipo de actividad física, deteriorándome lentamente. Engordé y se adelgazaron las piernas. Deje de fumar, pero los pulmones procesaban menos aire. Aire que es vital para oxigenar las ideas. Hasta que un día mi cuñado me llamó para pedirme que le haga la gamba, que les faltaba uno para el fútbol 5.
– Pero mira que estoy destruido, no puedo correr ni media cuadra un bondi.
– No importa eso, necesitamos uno más para no ser menos. Si te parece podes quedarte sólo en el arco y no te cansas tanto -insistió-.
– OK -le dije-

Fui, jugué todo el partido, no sólo al arco sino que también en el juego suelto, yendo y viniendo más allá de mi capacidad. El esfuerzo fue tal, que con mis débiles piernas, al día siguiente no podía siquiera flexionarlas. Durante los siguientes 6 meses sufrí de esas secuelas; no podía agacharme, arrodillarme y menos que menos jugar al fútbol en la playa con el Toti Pasman. Mientras mi cuerpo se sumergía en este episodio poco feliz, evidencia del abandono, las cosas en el laburo no me iban nada bien. No era ninguna casualidad, sino prueba y consecuencia, causa y evidencia de la conexión de ambos estadíos.

Por un instinto de supervivencia, después de verme sobre esas tristes rodillas, decidí empezar a caminar un poco, a dar una vuelta al Hipódromo a medida que me dieran ganas y tuviera el tiempo. Lo comencé a hacer como rutina sin darme cuenta. De a poco sumaba tramos de la caminata que los hacía trotando. Con una constancia que me sorprendió, 12 meses más tarde, llegué a correr 8 km cada dos días, es decir, un promedio de 28 km por semana o más de 100 km al mes.

En ese momento atlético, casualmente y sin mayor preparación previa, presenté un trabajo en una Jornadas de Investigación de la FADU. Surgió como una inquietud espontánea, producto de las circunstancias de aquel entonces y el abra de pensamiento que nos da el running. Sin duda, lo incorporo como prueba fehaciente de la hipótesis del comienzo, de los lazos estrechos entre la mente y el cuerpo.

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[El chico de 7 años de la foto estaba sufriendo, se había muerto su padre un año atrás y no había nadie que le dijera: «Saca esa cara de boludo» No podría afirmarlo, pero ese era el motivo por el cuál se sentaba en el piso con las piernas para afuera como un pollo, la razón por la que, al correr, se le chocaban las rodillas como a Forrest. El impacto de la muerte produjo que vedara un poco la palabra y su mente le transmitiera al cuerpo cierta torpeza.]

No fue casual que me recomendaran hacer deporte, como un camino sanador de las dolencias que intuían que padecía. Una vez que empecé se hizo rutina, no lo pensaba como alternativa. Sólo persistí mientras quise. Y la verdad que no me puedo quejar de todo lo bueno que me sucedió. No fui consciente de lo excepcional de algunas cosas. Las percibía con naturalidad -como la presencia del deporte- y porqué no, las viví con un orgullo silencioso.

Fui abanderado un 9 de julio de séptimo grado, elegido por mis compañeros en una reñida votación secreta. El lento zapateo en el lugar antes de marchar al ritmo de «Aquí está la bandera idolatrada, esa insignia que Belgrano nos legó» es el premio más lindo de mi primer y único balotage. Me han elegido capitán y subcapitán de los equipos que integraba en tres ocasiones, en señal de que era el indicado para hablarles. No siempre estuve a la altura, pero lo viví agradecido a sabiendas de la autoridad delegada. Logré desarrollar buenas técnicas y pude jugar en todos los puestos, siempre dentro de los límites propios de la condición física. Supe ubicarme en la cancha como full-back o wing y poder pisar levemente hacia afuera, para luego no matar el juego y traer la pelota hacia adentro; hasta formar de pilar izquierdo, preseleccionado para algún trial de M-19. Entrando a la adolescencia, cuando se empiezan a poner a prueba las habilidades cognitivas, debuté ingresando al ILSE con el 8vo promedio de mi camada. El primer año no me llevé materias a examen; no así los otros cuatro restantes, cuando comencé a descubrir otro tipo de distracciones. El primer día de Facultad, llegué con la pierna derecha enyesada desde la ingle hasta el tobillo. El primer partido en primera me había dejado una rotura de los cartílagos de la rodilla y unas muletas para desplazarme por los pasillos. Convengamos que no hice una carrera equiparable a la de Mario Roberto Álvarez, pero al menos los primeros 3 años estuve conectadísimo y me iba bastante bien.

Después de una gira a Sudáfrica, para la que me había preparado mucho, debía sostener el ritmo de entrenamiento si pretendía estar parejo con lo que se pensaba para el primer equipo del club. Eso significaba entrenar 6 de los 7 días de la semana y entraba en conflicto con mis últimos dos o tres años de carrera de grado. Supuse que mi deber era tomar una decisión con la mente y no con el cuerpo. Tuve que optar por continuar preparando a uno de los dos para pruebas mayores. Bien o mal, elegí la Facultad.

A partir de ese instante algo comenzó a fallar. El que siguió adelante no parecía ser yo -al que le salía todo bien- sino el niño de la foto, el de los problemitas. La cabeza es la que se fue de foco. Lo que cursaba con tanta pasión, la carrera de arquitectura, bajó de intensidad. Donde antes tenía certezas, empecé a encontrar dudas. No supe desarrollar mi dinámica de pensamiento, como creía hasta ese momento. No me quejo de tan maravillosa profesión, porque aún sigo sin entender qué cosas disfruta un economista o un odontólogo, pero una llama se apagó, uno de los motores dejó de funcionar. A pesar de ello, volqué energía y tiempo a la docencia y lo hice durante 14 años. Que casual, que sustitución fortuita. Deporte por docencia.
«Las relaciones, que tanto ustedes como yo, estamos haciendo entre la docencia y la parálisis quedarán para un capítulo aparte»
Seguí yendo a la FADU como docente durante todos esos años, hasta que volví a hacer deporte. Renuncié y empecé a correr como lo hizo Murakami. Sin el extremismo japonés, pero con constancia y una moderada frecuencia. Hasta un punto tal, que me llevó a jugar al rugby con los más jóvenes, los de veintipico.

Mucho no duré, porque de viejo algunas cosas -como el deporte de contacto- cuestan más. Aunque las bondades de correr detrás de algo puso a los engranajes y las interconexiones en un punto justo para el cambio. Una buena base para seguir corriendo, indagar en lo que quiero verdaderamente y volver a mirar la foto con otros ojos y ver a ese niño, que a diferencia de la primera vez, ahora si estoy yo para decirle algo.

7 comentarios en “de Cuerpo y Alma”

  1. Muy groso Martín. Me gustó mucho el análisis que hacés. Yo opino lo mismo, sin embargo me cuesta mucho mantener la maldita rutina. La inconstancia me termina ganando. Pero cuando entro en ese ritmo de entrenamiento (y de vida) es una sensación increíble y que tan bien describís.
    Abrazo grande.
    Chino

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  2. Tincho querido, se que tus hijos, cuando esten en una edad mas avanzada para comprender ciertas cosas, van estar muy orgullosos de ese niño que fuiste y como te fuiste y te seguis superando en tu joven vida.
    Desde mi lado de amigo, siempre te admire mucho por todo lo que contas, y tuve el placer de verte desarrollar en algunos tramos, se de tu entrega, compromiso, contancia y capacidad.Y ultimamente…., me deleito con tus textos, no habia otra posibilidad, digamos, que la de ser un gran escritor, pero antes, una gran persona. Te quiere. Fede

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